Mapas en Historia National Geographic nº64
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Mapas publicados en "Historia National Geographic" nº64 | |
ara el número 64 de Abril de 2009 de "Historia National Geographic", EOSGIS realizó tres mapas:
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Felipe II: el mayor rey del planeta
la muerte del rey, en 1598, el Imperio español era el más extenso del orbe: los dominios europeos se sumaban a la América conocida y a multitud de posesiones africanas y asiáticas, como las Filipinas. Era, en efecto, un Imperio donde nunca se ponía el sol. Con la anexión de Portugal y sus colonias, el rey Felipe creó el primer imperio planetario de la historia. Sus súbditos lo ensalzaron como «señor del mundo», pero otros denunciaron su sed de poder. La anexión de Portugal por Felipe II en 1580 permitió que los grandes imperios ultramarinos de las dos potencias ibéricas se unieran bajo un mismo soberano, «señor de Oriente y Occidente». Pero en Europa la campaña portuguesa se vio como una manifestación más del ansia de poder del monarca hispano. Los dominios de Felipe en el continente -gran parte de Italia, el Franco Condado y Flandes- quedaban ahora completados con la adquisición del reino europeo más occidental, a lo que había que sumar la alianza familiar con los soberanos del Sacro Imperio, la otra rama de los Habsburgo. La unión de España y Portugal suponía la fusión de los dos imperios coloniales más extensos del momento, surgidos del movimiento de exploración marítima y conquista de los siglos XV y XVI. La unión de los dos imperios en 1581 vino así a sancionar la confluencia económica y estratégica que se apuntaba desde los años anteriores, y ello pese a que en las Cortes de Tomar -donde se le proclamó rey de Portugal- Felipe II había garantizado a los portugueses el control de sus posesiones de ultramar y su independencia y exclusividad comerciales. Felipe II estaba convencido de que Dios le había elegido para gobernar y de que por eso gozaba de su protección para alcanzar cualquier meta que se propusiera. Los sucesivos triunfos de Felipe II, coronados por la anexión de Portugal en 1581, supusieron que en el monarca español se concentrase el mayor poder territorial y naval que se había conocido hasta la fecha. Las demás potencias europeas se preguntaban si se podría poner límite al poder del rey de España. Francia, el Imperio otomano, y sobre todo, Inglaterra y los holandeses eran los más directamente amenazados por el poder planetario de Felipe II. El corsario inglés Francis Drake circunnavegó el planeta entre 1577 y 1580, atacando diversas posesiones españolas en América. En Europa, la resistencia contra la hegemonía española se concentró en Flandes. Isabel I de Inglaterra apoyó abiertamente la rebelión flamenca, enviando a los Países Bajos un destacamento que provocó la guerra con España. El desastre de la Gran Armada española frenó en seco las expectativas expansionistas de este país. La invencibilidad de España había sufrido un duro golpe. En la década de 1590, las fuerzas de la monarquía se estaban agotando, al mismo tiempo que las del rey, cada vez más encerrado en El Escorial. Allí murió en septiembre de 1598, tras una larga y extenuante agonía. El balance del imperio de Felipe II no es necesariamente negativo. Algunos estudiosos consideran la monarquía española de este periodo como un primer ensayo de globalización, un intento de difundir a escala mundial los modelos económicos, culturales y sociales del Occidente europeo.
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Celtas, los señores de Europa
Durante quinientos años estos temibles guerreros dominaron casi toda Europa, desde el Ebro hasta el Danubio. Su amor a la libertad despertó la admiración de griegos y romanos, aunque éstos rechazaban la vestimenta y las costumbres de los celtas por considerarlas bárbaras. Griegos y romanos manifestaron ante los celtas una mezcla de asombro y rechazo. Su peinado, vestimenta y hábitos les parecían propios de gente «bárbara», ajena a toda civilización. Pero no podían sino admirar el coraje y el sentido de libertad de que hicieron gala estos pueblos que dominaron gran parte de Europa durante siglos. Con el nombre de celtas conocemos a un conjunto de pueblos que tiene su germen en el último período de la llamada cultura de Hallstatt, desarrollada en el centro de Europa durante la Primera Edad del Hierro. La generalización del uso del hierro hacia el 800 a.C. hizo que los pueblos celtas dispusieran de un armamento de mayor calidad que les permitió expandirse por el centro de Europa y establecer intercambios comerciales con el Mediterráneo. No podemos hablar de celtas en sentido estricto hasta la Segunda Edad del Hierro. Arqueólogos y filólogos concuerdan de forma casi unánime en identificar los celtas como a un conjunto de pueblos caracterizados por pertenecer a un mismo grupo lingüístico, compartir una estructura social parecida, y por tener similares creencias religiosas, estilos artísticos y sistemas de producción. Esta cultura, denominada cultura de La Tène por haberse documentado inicialmente en el yacimiento del mismo nombre junto al lago Neuchâtel, en Suiza, sucedió en el centro de Europa a la cultura de Hallstatt hacia el año 450 a.C. A los «príncipes» hallstáticos les sucedieron, en la cultura de La Tène, poderosos jefes guerreros que tuvieron un carácter muy parecido al de reyezuelos. Nuestra percepción de la sociedad céltica depende, en gran medida, del testimonio que dejaron los escritores grecolatinos, una imagen estereotipada o deformada resultante de la oposición entre civilización y barbarie que caracteriza al mundo grecorromano. Aunque cada vez hay más evidencias arqueológicas, además de fuentes tardías escritas en galés o irlandés. La sociedad céltica era clánica y pivotaba sobre una «gran familia» patriarcal, que en Irlanda se llamaba ‘derbfine’, la «familia cierta». La situación de las mujeres en la sociedad celta era mejor que en otras culturas contemporáneas: tenían acceso a la propiedad y a la herencia, y algunos ostentaron cargos de poder. Por otro lado, los celtas desarrollaron un sistema religioso politeísta controlado por una clase sacerdotal omnipotente, los druidas, que además de ser los intermediadores entre hombres y dioses, actuaban como filósofos, científicos, astrónomos, maestros, jueces, consejeros del rey y responsables del calendario, tan importante para la vida agrícola. A pesar de su poderío militar, los celtas nunca crearon una unidad política. Todos sucumbieron ante Roma, salvo los habitantes del norte y oeste de Gran Bretaña y los irlandeses, entre los que subsistió la herencia céltica, integrada con nuevos elementos de matriz cristiana. |
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Trajano, el último conquistador de RomaDesde que accedió al trono de Roma en el año 98 d.C., Trajano, nacido en Itálica, protagonizó el último esfuerzo conquistador del Imperio. Vencedor de los dacios, doblegó al reino parto –el mayor enemigo de Roma– y llevó las fronteras imperiales a su máxima expansión. En 116 d.C., ya sexagenario, Trajano decidió lanzarse a una empresa digna de Alejandro Magno y César: la conquista de todo el Oriente del mundo conocido. Pero murió antes de celebrar el triunfo en Roma. Trajano, nativo de la provincia hispana de la Bética, pertenecía a una familia cuyo oscuro origen hizo que Dión Casio lo calificara de simple ibero. El padre de Trajano sirvió lealmente en todos los frentes, desde el Oriente más lejano hasta su propia provincia de origen. En cuanto pudo se llevó consigo a su hijo, el futuro emperador, al que educó para que continuara y acrecentara la reciente gloria familiar; una gloria hecha de servicios de armas y lealtad al soberano. En el año 98, Trajano fue elegido emperador como sucesor de Nerva, que lo había adoptado y asociado al trono poco antes. El nuevo soberano del Imperio se lanzó de inmediato a llevar a cabo sus sueños de conquista. La primera oportunidad de gloria se le presentó en la frontera del Danubio, en Dacia. Trajano consiguió la rendición de Decébalo, un rey de gran talento que se había convertido en un temible adversario para Roma. Tras la conquista de Dacia, Trajano ordenó erigir un puente de piedra sobre el Danubio para mostrar que Roma no sólo dominaba a los pueblos, sino también a los elementos. Trajano fue recibido como un héroe en Roma, pero la alegría duró poco. En el año 105, Decébalo invadió las posesiones de Roma al sur del Danubio. Trajano reclutó dos nuevas legiones y se lanzó a la invasión de Dacia para convertirla en provincia. En 106, ante el arrollador avance del emperador, Decébalo fue abandonado por los suyos y decidió suicidarse. Con la riqueza recién adquirida se comenzaron las obras del nuevo foro, que llevaría el nombre del emperador, así como de la basílica, la biblioteca y los mercados. El vértigo de la gloria le hizo cambiar su concepción de sí mismo. Al identificarse con el mítico héroe Hércules, Trajano pretendió que los dioses le habían encargado la misión de restablecer el orden entoda la Tierra. Pero para hacer realidad sus sueños era necesaria la derrota del último gran enemigo: Partia. Roma llevaba dos siglos luchando contra este imperio de temibles guerreros que se extendía por Mesopotamia, Irán y Anatolia. Pero a diferencia de lo ocurrido en el Danubio, el emperador no había reclutado nuevas legiones. La facilidad de las victorias iniciales ocultó durante algún tiempo una debilidad de sus tropas, que acabaría convirtiéndose en la semilla del desastre. Trajano avanzó con audacia y Ctesifonte, la capital parta, cayó sin resistencia y Babilonia también fue capturada. Sin embargo, la revuelta de los judíos de Cirene, Egipto, Palestina y otros lugares de Asia se extendió a las numerosas y poderosas juderías mesopotámicas, a las que se sumaron las ciuddes griegas de la región, que preferían el débil dominio parto al pesado yugo romano. En el año 117, Trajano emprendió el regreso a Roma, pero nunca llegó, murió en Selinunte. A la muerte de Trajano, cuando volvía de su última campaña contra los partos, su sucesor, Adriano, ordenó que se abandonaran todas las tierras conquistadas al este del Éufrates. |
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Revista CartoGrafia http://www.cartography.me - http://www.eosgis.com